domingo, 17 de marzo de 2019

La confusión del querer

Si alguien me diese un euro cada vez que me han aconsejado algo totalmente contrario a lo que mi corazón quería en ese momento, ahora sería rica y estaría escribiendo esta entrada desde mi yate en las Bahamas.

Esto me ha hecho reflexionar sobre que lo que queremos no siempre es lo mejor para nosotros mismos. En los últimos años me he percatado de que en la mayoría de los casos somos capaces de aguantar lo inaguantable. Continuamos con relaciones que nos hieren día a día, que son tóxicas y que nos destrozan el corazón y en muchos casos, la mente. Somos inclusos conscientes del daño que nos provocan  determinadas situaciones pero aún así seguimos en ese bucle con dirección todo recto al desengaño. Quizá es por esta razón por la que me cuesta defender el amor, porque sé de sobra de qué trata ese abismo sin salida que significa el tener sentimientos. Las emociones nos atan, nos retuercen y nos hacen perder en muchos casos la poca coherencia que nos queda. Nos crean esa necesidad de saber, de conocer, de estar y de querer, que en algunos casos no es correspondida del todo.  Somos eternos amantes sufridores, podemos estar con un trozo de corazón en una mano y otro en otra y aún seguimos rogando a nuestro amor otra oportunidadNos gusta el romanticismo, la sensación de desazón y el desamor. Queremos entender lo que se le pasaba a Bécquer por la cabeza para escribir esas poesías. Pero en cuanto nos cansamos de esa sensación no sabemos salir de ahí, no controlamos ni nuestra propia mente, y mucho menos tenemos la fuerza de voluntad para desengancharnos de a quién hace que nuestras emociones estén más despiertas que nunca. Nos gustan las cosas difíciles y en cuanto algo es demasiado sencillo para nosotros huimos en la dirección contraria.

Quizá somos adictos al dolor, a sufrir y a dar todo por (y para) nada.

No hay comentarios:

Publicar un comentario